No se tú, pero cada vez que voy a buscar un nuevo sitio para colocar las cámaras trampa, vuelvo a casa muy magullado.

Cómo un gato macho después de una pelea nocturna de verano.

Buscar nuevas localizaciones para fototrampear es una aventura al nivel de las exploraciones de hace un siglo en las selvas perdidas del planeta, al más puro estilo David Attenborough en Nueva Guinea.

Imagínate emboscarse en el barranco más profundo de la sierra a la que sueles salir a campear.

Para el que no lo sepa, según la RAE Emboscarse es “Entrarse u ocultarse entre el ramaje o en la espesura.”

En mi zona a esa acción se le dice “Enfarigolarse” o “Enfarigolada” de cuando vas a buscar tomillo (Farigola en catalán) y la cosa se acaba complicando.

En fin, sigo que me voy por las ramas del tomillo.

Imagina, alejarte de caminos transitados y remontar el lecho seco de un barranco.

Encuentras rocas infranqueables y decides pasar entre matorrales y zarzales, por esa senda natural de fauna que se intuye entre tanto pincho asesino.

Además, a finales de Mayo no has pensado, al salir de casa, en equiparte con pantalón y manga larga.

Sigues flanqueando por una ladera, entre más matorral y más zarzal asesino.

Tus brazos y piernas empiezan a parecer un mapa de Google maps, de cualquier capital de provincia a las 8:30 de la mañana de un lunes.

Acabas encontrando un lugar idóneo en donde instalar tu flamante cámara Browning, de 200 pavos, en la protección y tranquilidad que te da estar a mucha distancia y tiempo de la senda más cercana.

Todas esas murallas de zarzales que has atravesado te dan la seguridad extra de que el lugar es ideal para grabar fauna salvaje y que nadie va a detectar o encontrar tu cámara.

Vuelves a las 3 semanas.

Y se te vuelve a olvidar el vestirte con manga larga. Ya sabes el resultado.

Al llegar, la cámara sigue allí. El lugar escogido es extremadamente remoto y por consecuencia seguro.

Intercambias las tarjetas SD, y dejas una nueva en la cámara.